El teatro de títeres es una de las formas dramáticas en la que mejor se patentiza el origen mágico y ritual del teatro . Y es que en un mismo acto, bella paradoja mediante, el titiritero nos muestra cómo manipula un objeto que, al mismo tiempo, casi nos convence que está vivo. Si a esto le sumamos que el manipulador simultáneamente encarne otro personaje, el deleite ante tanta destreza artística no puede ser mayor. Esto sucede en “La casa dada vuelta”, de Guadalupe Lombardozzi, quien como titiritera pero también asumiendo el rol de una pequeña niña, Irupé, deberá combatir al feroz monstruo Estisimolou, que acecha los sueños de los niños. Pero Irupé no estará sola, contará con la ayuda de su muñeca favorita, Tomoe Gozen (nombre de una heroína guerrera del Japón feudal) para emprender este viaje plagado de peligros. Con música original de Andrés Albornoz y una soñada casa de muñecas de color celeste realizada por Juan Manuel Benbassat, se configura este mundo, sencillo per
En busca del Ramen perdido